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MUERTE Y ENTIERRO DEL SEGUNDO MARQUES DE SAN MIGUEL DE AGUAYO. PEQUEÑA CRONIQUILLA. PARTE II.
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MUERTE Y ENTIERRO DEL SEGUNDO MARQUES DE SAN MIGUEL DE AGUAYO. PEQUEÑA CRONIQUILLA. PARTE II.
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AUTOR: GILDARDO CONTRERAS PALACIOS.
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PATAGALANA Y PARRAS.
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Los movimientos matutinos en la Castañuela comenzaron hacia las cinco horas. Los de la escolta y los cocheros prepararon los carruajes y las cabalgaduras para proseguir con el viaje hacia Parras. Era una mañana muy fría y nublada; el esplendor del cielo diamantino de la noche anterior había desaparecido y todo indicaba que ese día sería lluvioso y frío. En la casa grande las marquesas se levantaron hacia las cinco y media y como a las seis y cuarto se sirvió el desayuno, consistente en té de manzanilla, para suavizar un poco el estómago, chocolate y algunos molletes, que eran panes de trigo sin levadura, con azúcar y anís. Doña Ma. Ignacia, con la bondad que le caracterizaba desde niña, tuvo tiempo aún de repartir algunas prendas de vestir entre los sirvientes de la hacienda. A las seis treinta. Los viajeros se dirigieron a la iglesia para hacer unas cortas oraciones. El padre Delfín ya para entonces tenía un rato haciendo rezos delante del difunto. El padre Tinaxas se retrasó un poco, indispuesto del estómago, pero a poco se recompuso y para la hora de la salida ya estaba listo.
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A las siete horas el féretro que contenía los restos del señor Virto de Vera, fue subido a una carreta, se le volvió a colocar la manta negra y todos los viajeros estuvieron listos para reiniciar la marcha fúnebre hacia Parras. La mayoría de la gente grande de la hacienda y uno que otro chiquillo estuvieron presentes para despedir al difunto y su comitiva. Las primeras horas de camino fueron las más difíciles por lo accidentado del terreno, sobre todo en el punto denominado “el Infiernillo”, lugar en el cual los ayudantes de los cocheros tuvieron que bajar de los carros, guiar a los animales y evitar un lamentable accidente que los pudiese llevar hasta lo más hondo de la cañada. El viaje continuo sin mayores problemas y de pronto apareció en el horizonte el gran llano de Patagalana y la inmensidad del desierto de la Paila. Antes de llegar a Patagalana los viajeros avistaron algunas aves de rapiña que sobrevolaban a un lado delcamino, en forma circular como acostumbran hacerlo cuando hay carroña que comer; tres de los escolteros fueron a ver de que animal muerto se trataba, pero grande fue su sorpresa cuando se encontraron los cadáveres de tres hombres que habían muerto a flechazos y lanzadas; uno de ellos tenía uno solo que le atravesaba el cuello de lado a lado. Los restos fueron cubiertos con piedras para evitar que fuesen comidos por los animales, y más tarde volverían por ellos para darles cristiana sepultura en Patagalana. Los individuos muertos eran indios mansos de la región, según se dedujo por la vestimenta que portaban. El arribo a Patagalana se efectuó a las once y cuarto de la mañana, se recorrieron aproximadamente seis leguas muy accidentadas desde Castañuela. Esta hacienda de San José estaba en una llanura grande y de cierta elevación. Los habitantes eran ocho familias de indios laboríos, con un total de 43 individuos de todas edades y todos ellos sirvientes del Marqués.
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Inmediatamente después de la llegada del grupo a Patagalana, el comandante de los escolteros, un mulato de apellido De la Cruz, dio instrucciones para que un carretón con tres lugareños fuesen a recoger los cadáveres flechados por los indios bárbaros. Dos de los escolteros los acompañaron en su cometido para indicarles el sitio exacto en donde los habían dejado cubiertos de piedras. Informaron los pobladores de Patagalana que desde dos o tres días, habían avistado por los contornos del rancho una partida de entre 15 o 20 indios enemigos, por lo que no se les hacía raro las muertes de aquellos individuos, a los que posteriormente identificaron como pobladores y vecinos de la ranchería denominada Ciénega Grande, lugar situado al norte de Patagalana. El grupo regresó una hora después de su partida con los cuerpos de los muertos. El padre Delfín autorizó a los lugareños para que los enterraran en el interior de la pequeña iglesia del lugar. Dedicada al patriarca Señor San José, ya que no había camposanto en dicho lugar.
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El tiempo seguía siendo muy frío y el cielo continuaba cubierto por gruesas nubes que todo el tiempo presagiaban una fuerte tormenta. El mismo ambiente climatológico ayudaba para que el cuerpo del Marqués no se descompusiera tan rápidamente. Las señoras marquesas y sus acompañantes íntimos fueron invitados a pasar a una pequeña habitación que servía de cocina, comedor de la casa principal del rancho, en donde vivía el mayordomo del lugar. Allí tomaron sus alimentos del mediodía. El recinto tenía nada más que lo necesario, solo había una mesa de madera ya muy gastada cubierta con un mantel muy blanco que pareciese ser lo tenían reservado para la ocasión. Había también dos bancas de madera sin respaldo para sentarse a la mesa, en las que cabían tres persona en cada una de ellas, y otras dos sillas con asientos de tule, para lo que se oreciese. El ambiente de esa habitación era sumamente agradable dadas las condiciones del tiempo imperante en el exterior; el fuego de la chimenea dejaba escapar un calorcillo acogedor y un olor de un rico guisado de carnero con patatas, frijoles de la olla, algo de queso de cabra y te muy caliente. Hubo también vino tinto y manzanas.
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La comida fue rápida; para las doce y treinta del día las damas y sus sirvientes pidieron pasar a otra habitación para arreglar un poco sus ropas y darse un aseo en caras y manos. El único que apenas si pobo alimento fue el padre Tinaxas, que aún no se sentía muy bien de su malestar estomacal. Se le ofrecieron algunos molletes, manzanas cocidas y un té de alguna yerba “milagrosa” que por allí se daba. El apoderado del Marqués, don Juan de Urtassum, se adelantó a la comitiva fúnebre, se hizo acompañar de cuatro escolteros y salió inmediatamente con el rumbo de Parras con el fin de supervisar los trámites y preparativos para el entierro del cuerpo del señor Virto de Vera. Eran las doce con cincuenta minutos, cuando el grueso de la comitiva abandonó San José Patagalana. La marcha en este tramo hacia Parras se hizo relativamente rápida dadas las condiciones benignas del terreno. Hacia las cuatro y un cuarto de esa tarde, la comitiva se encontró entrando en la hacienda del Marqués en Parras, lugar colindante con el pueblo de los naturales y vecinos hacia el oriente de este. Dicha hacienda, era una más de las propiedades del Marqués de Aguayo. De Patagalana a Parras se recorrieron aproximadamente seis leguas.
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LA LLEGADA A PARRAS Y EL ENTIERRO.
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A la entrada de dicha hacienda aguardaba a la comitiva fúnebre, el justicia mayor del pueblo de Parras, don Adriano González Valdez y Zienfuegos, el señor cura y juez vicario del lugar, don Manuel de Valdez, el gobernador de los naturales, don Feliz Villegas, el cabildo de los mismos naturales y otros distinguidos vecinos de los españoles del pueblo de Parras. Allí estaban también, la mayoría de los sirvientes del señor Virto de Vera, residentes de su hacienda de Parras, entre los que sobresalían los individuos de raza negra y mulata, que eran el núcleo principal de la población de la citada hacienda.
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El cuerpo inerte del Marqués, fue cambiado de la carreta que lo trajo de Patos, a una carreta de las llamadas cureñas, de solo dos ruedas, en donde apenas si cabía el féretro, y era tirada por solo un caballo, que era jalado a su vez por un individuo de raza negra, vestido muy adecuado para el momento, con calzones negros de terciopelo, medias blancas y una camisa también muy blanca y apenas si cubierto con una chupa como de gamuza color café, por cierto muy desgastada. De la Hacienda, al templo del Colegio el recorrido se hizo a pie por los acompañantes. El cortejo iba encabezado por el señor cura Valdez, con cruz alta y ciriales; inmediatamente después iba el carro con el féretro, era custodiado por tres escolteros a cada lado del mismo. Atrás venían doña Josefa y doña Ignacia con algunas amistades de los vecinos de Parras y por último venían algunos de los sirvientes del Marqués y algunas otras personas del común de los naturales del pueblo, que más que de dolor, iban por curiosidad en el acompañamiento. Los carruajes del viaje, se habían adelantado hasta el templo del Colegio de la Compañía para esperar allí por los viajeros que los habían utilizado en el traslado. El carro que traía las provisiones se dirigió hacia la casa de “arriba” para descargar allí baúles y demás objetos que lo requirieran.
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El recorrido hacia el templo de los jesuitas se hizo por la calle Real, hacia el poniente. Al acercarse el cortejo a la iglesia parroquial, las campanas de ésta empezaron a doblar; enfrente del templo, en los terrenos del cementerio, había una cantidad importante de curiosos del lugar que esperaban el paso del difunto. Eran las cinco de la tarde cuando el cortejo llegó al frente de la iglesia del Colegio. Al pie de la entrada principal, estaban para recibir el cuerpo, el padre Gregorio de Uville, S.J. dicho padre roció el féretro con agua bendita, leyó algunas oraciones de su breviario y dio paso al ataúd al interior de templo. Allí fue introducido por cuatro “negrones” de la Hacienda y lo colocaron hasta adelante del recinto, justo exactamente donde empezaba el presbiterio, fue colocado sobre unos bancos de madera muy lustrosa, entre cuatro candelas grandes que se colocaron en candelabros dorados. La mayoría de la gente asistente al acto permaneció de pie durante la celebración del Santo Sacrificio de la Misa, ya que la iglesia carecía de bancas. El templo era un cañón muy desolado y obscuro por falta de ventanas, con varias capillas laterales, que eran aún más oscuras que la nave principal. Esa falta de luz en el interior del recinto se hizo más notoria esa tarde por lo gris del cielo y la situación climatológica imperante. El padre Uville fue el encargado de celebrar la misa de cuerpo presente del señor Marqués, la cual se llevó a cabo con cierta celeridad por la premura del tiempo, ya las sombras de la noche se hacían sentir sobre el lugar. Posterior a la misa, se procedió a efectuar el entierro del señor Virto de Vera, acto que se realizó en la capilla del santo jesuita Francisco Xavier, que se situaba exactamente hacia la derecha el presbiterio. La tumba se cavó en el piso de la citada capilla en el lado derecho y hacia la parte delantera de la misma, muy pegada al altar allí existente que por cierto estaba muy deteriorado. En ese mismo lugar había sido enterrada en noviembre de 1773, la señora marquesa, doña Ignacia Xaviera, esposa del ahora difunto, cuya caja mortuoria, fue descubierta parcialmente; por el poco tiempo trascurrido desde su muerte, aún estaba intacta y cubierta con terciopelo que aparentaba ser bermejo. El ataúd del Marqués fue colocado encima del de su esposa, entre los rezos del sacerdote oficiante y de cierto olor nauseabundo que despedían los restos de la Marquesa y algo también de los del señor Marqués. Todos los presentes se llevaban algún paño a la nariz y los más se retiraban hasta sonde no llegase aquel olor. El hueco mortuorio fue prontamente cubierto con tierra y allí quedaron sepultados para la posteridad, los restos de aquel ser humano que en vida llevó por nombre Joseph Ramón de Azlor y Virto de Vera, Segundo Marqués de San Miguel de Aguayo y Santa Olaya. Afuera seguía lloviendo, pero no eran lágrimas del cielo por la muerte del Marqués, era solo un suceso meteorológico que a nadie sorprendía.
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La noticia de este suceso se conoció y se dio a conocer en la ciudad de México, con la siguiente nota de la Gaceta de México: “Parras. El 9 de marzo próximo pasado de este año, falleció en su hacienda de Patos, de afecto de pecho, a los cincuenta y siete años de edad, el señor don Joseph de Azlor Virto de Vera, Caballero Mesnadero… Su muerte ha sido generalmente sentida, diósele sepultura en la iglesia de la Compañía de Jesús de ese lugar, en la capilla de San Francisco Xavier, en donde también descansa la señora Marquesa, su esposa. Abril de 1734.”
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FUENTES:
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*.-Archivo María y Matheo de Parras. Libros de entierros de fechas señaladas. *.-Vargas Lobsinger, María. Formación y Decadencia de una Fortuna. Los Mayorazgos de San Miguel de Aguayo y de San Pedro del Álamo. 1583-1823. U.N.A.M. México 1992. *.- Canales Santos Álvaro. El Marqués de Aguayo. Saltillo, Coah. Marzo 1984.
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APENDICE.
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CONSTANCIA DEL ENTIERRO DE DONA YGNACIA ECHEVERZ, SEGUNDA MARQUESA DE SAN MIGEUL DE AGUAYO. 27 DE NOVIEMBRE DE 1733.
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“En veinte y siete de noviembre de mil setecientos treinta y tres años en la Yglesia del Colegio de la Sagrada Compañía de Jesus, de este pueblo de Santa María de las Parras, el Señor Doctor Don Francisco Pérez de Aragón, Canónigo Doctoral de la Santa Iglesia Cathedral de Duramgo, en la capilla de San Francisco Xavier, enterró a la señora Doña Ygnacia de Echeverz, Marqués de San Miguel de Aguayo, casada con el Señor Don Joseph de Azlor Virto de Vera, Marquués de San Miguel de Aguayo, Gentil hombre de Cámara de su Majestad. Otorgó Poder para testar a favor del dicho Señor Marqués, su fecha en la Ciudad de México del día primero de Diciembre del año pasado de mil setecientos treinta y dos años, por ante Don Joachin de Anssures, escribano Real, ordenó su entierro a la voluntad de sus albaceas, dejó a las mandas forzosas a dos pesos a cada una; nombró por Albaceas al dicho Señor Marqués y por su muerte a las señoras Doña María Josepha y Doña María Ygnacia, sus hijas, a quienes nombró también por herederas. No consta en el poder que dejase otra obra pía y se remite para ordenar el testamento a un borrador que tenía hecho y a la voluntad del sdicho Señor Marqués sus apoderado quien manifestará el testamento cuando lo otorgue y entonces se pondrá razón en el libro de las obras pías. Le administró los Santos Sacramentos de Penitencia, Sagrada Eucaristía y Extremaunción el padre Don Christobal Delfín, teniente de Cura y para que cosnte firmé. Manuel de Valdés.” (Archivo María y Matheo de Parras. Libro de Entierros).
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CONSTANCIA DEL ENTIERRO DE DONA MARIA ANNA DE AZLOR ECHEVERZ VALDÉS Y SUBIZA. ESPANOLA. HIJA DE DON JOSEPH DE AZLOR Y DE DONA YGNACIA DE ECHEVERZ. 13 DE JUNIO DE 1720.
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“En trece días del mes de junio de mil setecientos veinte años, en la iglesia del Colegio de la Compañía de Jesús de este pueblo de Santa María de las Parras, en la capilla de San Francisco Xavier, enterré el cuerpo de Doña María Anna de Azlor, española párvula, hija legítima de los señores Son Joseph de Azlor y Doña Ygnacia Xaviera de Echeverz Valdés y Subiza, Marqueses de San Miguel de Aguayo; quedó dicho cuerpo en depósito por petición que presentó dicha Sñora Marquesa de que se dio traslado al Reverendo Padre Rector del Colegio de la Compañía de Jesús de este dicho pueblo. Y para que conste lo firmé. Manuel de Valdés.(Archivo María y Matheo de Parras. Libro de Entierros).
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