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Parras. Aquel Tragico Miercoles de Ceniza en Parras.
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Parras. Aquel Tragico Miercoles de Ceniza en Parras.
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-GILDARDO CONTRERAS PALACIOS: El material incluido en este articulo, ya sea grafico, escrito o documental, no podra ser reproducidos total o parcialmente, en español o cualquier otro idioma, en ninguna forma ni por ningun medio sea: mecanico, fotoquimico, electronico, magnetico, por fotocopia, o cualquier otro inventado o por inventarse, sin el permiso expreso, previo y escrito del autor, en terminos de la Ley de Derechos de Autor. Con todos los Derechos Reservados y Protegidos conforme a la Ley. DR 2015.
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“El dia 13 de febrero (1929), era Miércoles de Ceniza. No sé porque causa la tarde me pareció muy triste, soplando un vientecillo algo frío, que levantaba el polvo de las calles que para entonces, todavía no estaban pavimentadas. Estaba seminublado y apenas se dejaba ver una luz muy débil del sol…” Las anteriores palabras son el testimonio personal de mi padre don Juan Contreras Cárdenas, sobre el aspecto que se observaba en Parras, en aquel día de los trágicos acontecimientos que vamos a relatar.
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Debemos decir que el 31 de julio de 1926, entro en vigor en nuestra Patria, la llamada Ley Calles, la cual en sus dos primeros apartados mencionaba: Artículo 1º. “Todos los ministros de la religión han de ser mexicanos por nacimiento.- La pena de los violadores será de $500.00 de multa o quince días de cárcel.- El Jefe del Ejecutivo tiene facultad de expulsar al trasgresor, sin más requisitos.” Artículo 2º. “Cualquiera que celebre actos de culto, es decir que administre los sacramentos, o predique sermones doctrinales podrá ser castigado con la pena anteriormente mencionada.”… Los siguientes artículos hasta completar 38, contienen disposiciones similares, que sería un poco largo enumerar, sin embargo, y en respuesta a ellas, los altos prelados de la jerarquía eclesiástica, tomaron la decisión de ejercer una resistencia pasiva, ante la que consideraron una injusticia mayúscula, y declararon la suspensión de cultos en todas las iglesias del País para evitar caer en la observancia que la Ley Calles les imponía; con lo que prácticamente estaban cerrando los templos al fervor religioso de los mexicanos a través de una Carta Pastoral, consultada con la Santa Sede.
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Como resultado de la citada Ley, y sin otros medios para defender sus creencias religiosas, los ciudadanos mexicanos ofendidos, tuvieron que hacer uso de uno de los dos caminos que Calles les dio a escoger, y ese fue el de las armas, manera por la cual surgió en nuestra Patria el Movimiento Cristero; en Parras, el citado movimiento se hizo presente y en enero de 1927, se dio el fusilamiento de algunos jóvenes obreros parrenses, que defendieron sus ideas religiosas, los cuales fueron pasados por las armas en una de las bardas circundantes del panteón de San José, hacia el lado norte de la entrada principal del mismo camposanto.
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En la época de referencia, estaba encargado de la Residencia Jesuita en Parras, el padre David Maduro, S.J., cuyo domicilio se situaba en la llamada Casa de los Padres; el citado sacerdote, se las ingeniaba para ejercer su ministerio entre los fieles de la población, realizando sus actividades propias con el mayor cuidado y secrecía, en algunos domicilios particulares que se prestaban para ello. Allí oficiaba misa, realizaba bautizos y casamientos, impartía el Sagrado Viático y auxiliaba a los enfermos en peligro de muerte con la extrema unción. El sacerdote por lo general se vestía de obrero o campesino para despistar a las autoridades, las cuales estaban perfectamente enteradas de las actividades que realizaba dicho sacerdote, quienes no desaprovechaban la actividad clandestina del sacerdote, inclusive el comandante de policía, don Pedro Hernández, le llevó a uno de sus hijos para que lo bautizara y lo mismo hizo el jefe de la partida militar, el coronel Fernando N. Villarreal de la Fuente con otro de sus hijos.
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Bajo aquella amistad encubierta del sacerdote con algunas autoridades, algunos citadinos se enteraron de que aquel día miércoles 13 de febrero de 1929, el padre iba a “dar ceniza”, en el interior de la residencia de los jesuitas, y específicamente en el área comprendida por el llamado Salón de Actos, recinto que había sido habilitado como iglesia por estar aún destruido en parte el templo de San Ignacio, por aquella bomba que los revolucionarios maderistas le colocaron en su área del campanario el 16 de abril de 1911. Muchas de las personas devotas, que ocurrirían y ocurrieron a recibir la ceniza, en forma irresponsable hicieron ostentación ante sus conocidos y vecinos del acto en que iban a participar y muy pronto la noticia llegó a oídos del señor Alonso Mendoza, comerciante de la localidad y propietario en ese tiempo de una tienda situada en la esquina noroeste de las calles de Ramos Arizpe y Treviño. El señor Mendoza, era el titular de la logia masónica El Nigromante Núm. 4, y era del conocimiento de los habitantes de Parras, de que estaba sumamente resentido con un amplio sector de la población, por el hecho de que cuando era presidente municipal, le tocó sortear el levantamiento armado de los católicos parrenses el 3 de enero de 1927 y por sus inclinaciones, fue buscado por los cristeros para encarcelarlo, junto con sus colaboradores que figuraban en su tiempo en diversos puestos públicos.
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Uno de los compañeros de ideología, se encargó de llevar la noticia a don Alonso del acto que se llevaba a cabo en la Casa de los Padres, quién con toda celeridad mandó llamar a R. Hernández, otro miembro de su organización para que fuese al domicilio del coronel Villarreal, situado al final del bulevar de la hacienda del Rosario por el oriente, y lo pusiera al tanto de los acontecimientos que se estaban dando en el llamado Salón de Actos del Colegio. Hernández allá se dirigió, y dio al coronel del mensaje encomendado, quien inmediatamente después de recibir la noticia, abordó su automóvil, un modelo descapotable y sin más acompañamiento se dirigió a la casa de los padres, con la intención de conminar al sacerdote de no llevar a cabo aquel acto, que reñía con disposiciones legales vigentes, o bien que lo hiciera en una forma más discreta.
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Una vez que llegó el coronel Villarreal a la casa de los padres, frente al lado oriente de la plaza de Armas, en la entrada se le unieron el citado R. Hernández y un subteniente del ejército, de nombre José Arce Domínguez, quien había salido de una cantina que se localizaba en la esquina de la casa de los padres, hacia el sur, en el cruce de las calles Treviño y Martín Torres; en dicho antro, Arce había estado tomando allí desde el mediodía y al escuchar el ruido del motor del automóvil de Villarreal salió presuroso y se dispuso a acompañarlo en la diligencia que iba a realizar. Los tres individuos entraron en la residencia y caminaron por el estrecho cañón que comunica la entrada principal de la casa con el patio central de la misma. Delante del grupo iba Villareal, y ya en el interior, se dirigieron hacia su izquierda por donde se comunicaba con las habitaciones del norte y oriente de la residencia. Según el testimonio de uno de los presentes, declaró que al pasar por la primera puerta de la habitación conocida como “la ropería”, a unos cuantos pasos de la entrada principal hacia el norte, salió una mano empuñando una pistola y a muy corta distancia disparó en la nuca del coronel Villarreal, quien al momento del sonido del disparo, cayó de bruces, por una muerte instantánea, el proyectil le salió por la frente y se incrustó en uno de los pilares que circundan por el norte el patio de la residencia. El reloj marcaba las cinco y cincuenta de la tarde. Es claro suponer que el ataque fue y era directamente contra la persona de Villarreal, hubo un solo disparo, a pesar de que Arce como militar, iba armado y bien pudo haber repelido la agresión en dado caso.
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Con el sonido provocado por el disparo, alguna gente que se encontraba “tomando ceniza”, descansando en las plazas de Armas y del Beso y otra que se localizaban en la cercanía del lugar, acudieron presurosos hacia la Casa de los Padres para cerciorarse de lo que había ocurrido; algunos que pudieron llegar al escenario, vieron con gran estupor e incredulidad, el cadáver del coronel, tirado boca abajo en medio de un charco de sangre. Sin embargo al poco rato llegó al lugar un piquete de soldados que rápidamente acordonaron el lugar e impidieron el acceso a los curiosos. El cuerpo inerme del coronel, fue levantado del lugar y después del reconocimiento cadavérico por el médico legista, fue llevado a su domicilio en donde esa noche sería velado por sus familiares. El certificado del doctor A. Calderón, médico legista que revisó el cuerpo, certificó que la muerte del coronel, había sido por “causa de herida de cráneo por proyectil de arma de fuego…”
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La muerte del coronel Villarreal, fue muy sentida entre la población parrense, porque era una persona muy estimada en los diversos círculos de la sociedad, principalmente entre los deportistas, ya que, fue él quien creó el Campo Deportivo Ignacio Zaragoza, en un terreno donado por los señores Madero, frente a lo que fue la estación de ferrocarril; en donde por muchos años se jugó el mejor beisbol de Parras. Fue el coronel Fernando M. Villarreal de la Fuente, originario de Monterrey, N.L., contaba con 34 años de edad y era esposo de la señora Isabel Hurtado de 30 años. Dejó en la orfandad a cinco hijos: Claudio, Sergio, Yolanda, Isabel y Silvia. Otro día, se trasladó el cadáver a la “ciudad de Torreón”, de donde salieron los restos el viernes 15 de marzo hacia la ciudad de Mexico, para ser sepultado alla.
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“La tarde del día 13 (de febrero de 1929), recuerdo que estaba sentado en una barda que existió limitando la Escuela Benito Juárez, , en compañía de mi amigo Isidro Calamaco, descansando después de haber jugado basquetbol en la cancha de la Escuela. De pronto escuchamos el sonido de un disparo de arma de fuego no muy lejano, pero no le prestamos mucha atención. Al llegar a mi casa, me dijeron que habían matado en el Colegio, como era conocido el templo y residencia de los jesuitas, al Coronel Villarreal, sin que pudieran conocerse más detalles al respecto…”. Con estas palabras siguió narrando mi padre don Juan Contreras Cárdenas, en su testimonio personal sobre aquel triste episodio que se dio el Miércoles de Ceniza en Parras.
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Inmediatamente después del suceso, el lugar fue cercado por un numeroso contingente de soldados, para impedir la entrada y salida de la gente al área que comprendía la iglesia, la casa de los padres y la huerta adjunta, entre las calles de Madero, del Colegio (Martín Torres), Cayuso y Treviño. Esa tarde noche, hubo una exhaustiva inspección dentro del área mencionada, sin que las autoridades pudiesen localizar al P. David Maduro, que se convirtió automáticamente en el principal sospechoso de aquel asesinato; sin embargo se procedió también a la detención de varias personas que eran consideradas como sospechosas. Por ese motivo detuvieron a la señorita Magdalena Saucedo y a su hermana, encargadas del mantenimiento de la casa de los Padres, así mismo, se detuvo en sus domicilios a don Francisco R. Pachicano, a don Rafael Sandoval, al señor José S. de Aguayo y a don Amado Fuantos. Estas personas excluyendo a las primeras, aunque no habían estado en el sitio y en el momento del crimen, eran connotados católicos de las que podrían obtener algunos datos que los llevasen a esclarecer el hecho.
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La noticia del asesinato del Teniente Villarreal, fue comunicada a las autoridades militares de Torreón, de donde esa noche por tren, salió un grupo de soldados del 43 Batallón de Línea, al mando del Coronel Luis Ibarra López; y de quien dependían los militares acantonados en Parras, pertenecientes a la Segunda Compañía del citado Batallón. En el cuartel, había cerca de 36 militares y de acuerdo al censo de 1930, “curiosamente” todos profesaban la fe católica exceptuando a 4 de ellos. Sin novedad trascurrió esa noche del día 13, y el día siguiente al despuntar el alba, se continuó con la búsqueda del padre Maduro en el área mencionada mediante minuciosa inspección, la cual concluyó al localizar al padre en el techo del templo, parcialmente destruido, por el bombazo de los maderistas en 1911. El sacerdote se entregó a los militares sin mayor resistencia, e inmediatamente fue trasladado al cuartel militar que se localizaba en un lado de lo que fue la cárcel municipal por la calle Rodríguez (hoy Heroico Colegio Militar). En donde por cierto ya se encontraba el grupo llegado de Torreón.
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Eran las diez y “pico” de la mañana del día 14 de febrero, cuando los soldados llegaron con el cautivo, quien al ver a las personas que habían detenido, inocentemente expresó: “den libertad a estos señores, yo soy el único culpable…”, palabras que fueron interpretadas como una autoacusación por la autoridad militar. Deseamos pensar que lo que intentó decir el padre fue que él con su imprudencia de impartir Ceniza públicamente, había propiciado, indirectamente aquella tragedia. El detenido fue interrogado por el Coronel Ibarra, a quien por cierto, sus subordinados en Torreón le apodaban “el zafado”, por su forma actuar y de proceder en la toma de decisiones; el interrogatorio y el juicio fue sumarísimo, sin darle tiempo al sacerdote de mayores alegatos en su favor, y en menos de una hora de haber ingresado al cuartel, se escuchó una cerrada descarga de fusilería. Se había fusilado al sacerdote.
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Una vez que el P. Maduro fue “ajusticiado”, al poco rato llegaron las señoras Nieves Muñoz de Madero, Lupe Ayala y Angelita Madero de García Treviño, damas de la “sociedad parrense”, quienes solicitaron a las autoridades se les entregase el cuerpo del sacerdote para darle cristiana sepultura; lo que así se dio y fue llevado a enterrar al Panteón de San Antonio con toda celeridad. Doña Nieves, el día anterior, había sido informada del asesinato del coronel, inmediatamente después de haberse realizado, sin haber podido tener acceso al escenario del crimen por lo ya expuesto. A los demás detenidos se les dejó en completa libertad, no sin antes ser amonestados por violar la Ley de Cultos vigente. Aquel triste suceso causo honda conmoción en Parras y sus alrededores, y el padre Maduro murió con el estigma, de haber sido el autor del asesinato del Coronel Villarreal, sin que nunca se lograse esclarecer el verdadero móvil de aquel crimen.
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Aquí cabe comentar que doña Nieves Muñoz Terrazas de Madero, fue nieta del ex gobernador Chihuahuense Luis Terrazas Fuentes, y a decir de su nieto Eduardo Madero T., amigo y compañero de siempre, me dijo que su abuela doña Nieves era la preferida de don Luis, entre todos sus demás nietos y es claro pensar que de dicha ascendencia procedía su recia personalidad y su fuerte carácter para defender abiertamente a algunas personas que eran víctimas de alguna injusticia por parte de la autoridad, tanto en el rango político como en el religioso y estaba al pendiente de todo lo que en Parras acontecía en aquellos aciagos días de la persecución religiosa. A doña Nieves me tocó conocerla, de vista, ella siempre se trasladaba en Parras, por medio de un “cochecito de caballo”, que maniobraba su “cochero oficial”, don Lucio Escareño, a quienes conocimos en ese tiempo como “don Luz”. Doña Nieves murió en Parras en 1985, a los 95 años de edad.
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Nueve años después del suceso, el 14 de febrero de 1938, en el tiempo en que los fuertes vientos de la intolerancia religiosa habían amainado, el P. Provincial de los Jesuitas, con el permiso del Gobierno y del médico municipal, exhumaron los restos del P. Maduro del Panteón de San Antonio y los trasladaron al Mausoleo de la familia Madero en el Panteón de los Cipreses. “A las tres de la tarde se comenzó a abrir el sepulcro del padre, ante la mirada de una enorme cantidad de gente. Una hora después se descubrieron los restos, enterrados a un metro de profundidad, sin caja mortuoria. Estaba sepultado en contrario a la costumbre, con la cabeza dando hacia el norte; tenía la mano derecha pegada al fémur del mismo lado y la izquierda junto al cráneo, posición que tomó al caer fusilado, el cráneo totalmente destrozado en su lado inferior, izquierdo posterior, así como su omóplato del mismo lado completamente deshecho. De su ropa solo quedaban algunas hebras de su bufanda. El calzado y cinturón estaban en perfectas condiciones, se encontró una moneda de diez centavos en lo que debió ser el bolsillo izquierdo de su pantalón. Los restos se colocaron en una caja de lámina forrada en forma elegante de seda roja con palmas y coronas de olivo, fue cerrada herméticamente y se colocó dentro de un féretro muy propio para el personaje y la ocasión. La gente deseaba con ciertas porfías, tener al menos algo de tierra como una “reliquia”, sin embargo el orden nunca se relajó.” “De panteón de San Antonio, los restos acompañados por aquella multitud inmensa, se dirigieron al templo del Colegio (San Ignacio), que estaba recién restaurado, al llegar, el recinto estaba a reventar en medio de llantos y plegarias por el mártir. Se ofició una Misa Solemnísima, con túmulo rojo y blanco, en medio de adornos, llenos de elegancia y sencillez; al término de la ceremonia, se emprendió la marcha hacia los Cipreses, en medio de un efusividad desbordante; el féretro no se llevó en carroza, sino sobre las palmas de las manos de los asistentes, sobresaliendo de las cabezas de todos, en medio de un silencio total y respetuoso. Ya en los Cipreses, se realizó un rápido responso en la Capilla del mausoleo y se procedió posteriormente a colocar los restos en la cripta asignada.”
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A principios de la década de los años sesenta, estuvo en Parras el insigne historiador jesuita José Bravo Ugarte, S.J., quien trató de saber más a cerca de aquel hecho en que se vio involucrado su compañero de Orden Religiosa. Se entrevistó con algunas personas que lo pudieran orientar al respecto, entre las que se encontró mi padre don Juan Contreras C., quien se comprometió a platicar en lo subsecuente con algunas personas que estuvieron cerca de aquellos trágicos hechos. De esa manera y en su tiempo, logró entrevistar a la señorita Magdalena Saucedo, al señor don Amado Fuantos, a quien forma malintencionada se le llegó a señalar como autor del asesinato de Villarreal, y a doña Nieves M. de Madero. Con base en los datos obtenidos, mi padre elaboró un compendio, y un extracto de él, es lo que hemos plasmado en las líneas anteriores. En sus investigaciones, mi padre logró rescatar el proyectil que dio muerte al coronel Villarreal, se extrajo del pilar de la casa de los Padres en donde se incrustó, después de causar estragos en el cráneo del Coronel. Es una bala al parecer calibre 45.
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Para cerrar este trágico suceso, en lo personal he podido llagar a las siguientes conclusiones: 1.-El Coronel Villarreal no iba a apresar al padre, fue a conminarlo a que dejase de llevar aquel acto de la Ceniza, por ello iba sin acompañamiento militar. 2.-El padre Maduro en ese momento estaba en el Salón de Actos, impartiendo la Ceniza, no en el lugar en donde se dijo que salió la mano empuñando la pistola. No había motivo alguno para que el sacerdote haya realizado aquella agresión. 3.-Junto, y tras del Coronel Villarreal, entraron al domicilio, el teniente Arce Domínguez y el informante R. Hernández. De esas tres personas, dos iban armadas; el muerto y Arce, éste en estado de ebriedad. Es lógico pensar, que sí hubo una agresión a uno de ellos, el otro debió haber hecho uso de su arma para defenderse. En prevención a un posible ataque contra los restantes. 4.- Solo hubo un disparo, por lo que lo anterior se descarta y fue un artero asesinato, dirigido contra el coronel. 5.- Por la dirección del proyectil, el disparo fue hecho a cortísima distancia, con trayectoria levemente ascendente, de la nuca a la frente. Aquí cerramos y dejo a los lectores la mejor de las opiniones sobre el caso, que al parecer no se necesita mucha ciencia para encontrar al culpable, sin embargo en nuestro México, al parecer la Autoridad está reñida con la Justicia.
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FUENTES: .- Juan Contreras Cárdenas. Archivo Personal. Los Sucesos de los días 13 y 14 de febrero de 1929. .- Agustín Churruca P. S.J. Trozos de la Historia de Parras. Cap. II. El P. Pro y el P. Maduro. 1991.
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