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Parras. Histórico Panteón de San Antonio de Parras. Breves Noticias de su creacion.
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Parras. Histórico Panteón de San Antonio de Parras. Breves Noticias de su creacion.
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AUTOR: GILDARDO CONTRERAS PALACIOS: Todo el material incluido en este articulo, ya sea grafico, escrito o documental, no podra ser reproducidos total o parcialmente, en español o cualquier otro idioma, en ninguna forma ni por ningun medio sea: mecanico, fotoquimico, electronico, magnetico, por fotocopia, o cualquier otro inventado o por inventarse, sin el permiso expreso, previo y escrito del autor, en terminos de la Ley de Derechos de Autor. Con todos los Derechos Reservados y Protegidos conforme a la Ley. DR 2015.
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Parte I “Duermes el sueño de la eternidad, en esta fosa que tu cuerpo encierra, que destruido y convertido en tierra, él de aquí saldrá./ Al surgir de omnipotente voz, que el mundo por su creencia espera, en un día de vida verdadera, para ya no mas morir./ Mas entre tanto en lúgubre mansión, mi cuerpo baja a descansar, vendrá a la tumba a derramar lágrimas del corazón./ Y tu alma de ventura eterna. Desde ahora gozando estará, por mandato divino vendrá, tus restos a animar./ Y los míos que también aquí, ya no muy tarde bajarán, a un tiempo se levantarán al juicio universal…”
Parte de una composición que parece haberse sacado de un libro de poemas, pero que es parte del epitafio gravado en la lápida de la señora María de Jesús Pando de Argil, quien murió el lunes 19 de enero de 1874 de “pulmonía aguda” y fue sepultada al día siguiente en el antiguo camposanto de San Antonio de Parras. Le dedicó este recuerdo su esposo el licenciado Juan de Dios Argil. El panteón de San Antonio de Parras, fue abierto al público el 4 de junio de 1825, por lo que considero que si no es el más antiguo en el Estado de Coahuila, sí es uno de ellos.
Antes de seguir adelante, es conveniente hacer un recuento de hechos que se dieron en la antigua villa de Santa María de las Parras, y que de alguna forma se relacionan con el tema a tratar. En el año de la fundación de Parras (1598), si no es que un poco antes, el pueblo contaba con una incipiente iglesia, misma que sirvió de base para que en los años siguientes, se comenzara a edificar la iglesia de los jesuitas de Parras (San Ignacio o del Colegio); dicha construcción se inició en el año de 1607, gracia a las gestiones del padre Diego Díaz de Pangua S.J., y es innegable que en sus terrenos adjuntos se haya dedicado un sector para camposanto, tal y como se acostumbraba en esas épocas. En aquella primitiva iglesia en abril de 1601, quedó sepultado bajo el altar el cuerpo del padre Juan Agustín de Espinoza, digno fundador del pueblo.
La gente, antes dispersa por todos los rumbos del suroeste del hoy Estado de Coahuila y que se congregó en esa nueva fundación, estaba afecta a las enfermedades habituales, las cuales se incrementaron con las que trajeron los españoles, que en muchos de los casos ocasionaban más muertes que las que comúnmente padecían. Por lo tanto para la nueva congregación era inminente la creación de un cementerio, como una nueva necesidad del sedentarismo al que habían llegado algunos antiguos nómadas chichimecas de la región. Resulta muy claro suponer que aquel camposanto haya quedado situado en los costados norte y poniente de la citada iglesia, y más convincente de que haya sido en el terreno del lado poniente que corresponde a la actual Plaza de Armas. Su utilización fue realmente muy corta (hasta 1650). En los años posteriores y hasta un poco más allá de la fecha de la expulsión de los sacerdotes de la Compañía (1767), en dicho sitio se levantó una frondosa huerta con viñas y árboles frutales, perteneciente a la casa residencia de los jesuitas. En alguna crónica de finales del siglo XVII, se habla del “cementerio de la Compañía de Jesús…” cuya ubicación exacta no se ha podido determinar.
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En las constancias de las muertes de los libros parroquiales de Parras, acaecidos en esa primera mitad del siglo XVII, en la mayoría de los casos no se dice el lugar en donde fueron enterrados. Por lo general en dichos registros solo se menciona, la fecha, el nombre del fallecido y en ocasiones un corto comentario. Ejemplos: “15 de noviembre (1622) murió María, mujer de Antón Martín. Pueblo”. / “9 de febrero (1624). Murió Alonso Lucas, muchacho de la escuela, hijo de Antón Martín”. /”6 de junio (1628). Murió Antón Martín”. Menciono los datos que se relacionan con Antón Martín porque fue el cacique “iritila”, cuyos antecesores eran los dueños de las antiguas rancherías en donde se fundó Parras, participó en la fundación de Parras y fue el primer gobernador de la República de los Naturales de Parras; además encabezó la primera celebración de la Navidad en la región de Parras y la Laguna en el año de la fundación del pueblo, dirigida por el padre Juan Agustín. Otros indios principales de Parras que murieron, sin saber nosotros donde están enterrados, fueron: don Francisco Iguamiza, gobernador que murió el 9 de mayo de 1630; y el 18 de julio siguiente murió don Agustín Cavicera, gobernador. Estas dos personas encabezaron a un grupo de los principales naturales de Parras que en 1619, iniciaron un largo pleito con los Urdiñola, por la posesión del agua de Parras. Y posiblemente hayan sido de los fundadores del pueblo. En los mismos términos tenemos el dato de la muerte de Joseph de Urdiñola, que murió el 7 de marzo de 1632. Es muy raro que la constancia mencione el sitio del entierro, como en el caso siguiente: “A 3 de marzo (1625), murió el Alférez Juan de Morales, español, está enterrado en la capilla del (Santo) Entierro a la mano derecha”; sitio que pudiese haber sido en una parte de la iglesia de los jesuitas. Sin embargo en aquellos primeros años de Parras, el espacio que ocupaba la iglesia debe haber sido muy reducido, por lo que no es conveniente creer que todos los muertos hayan sido enterrados en su interior.
En 1641 se quitó a los padres jesuitas, la administración de las misiones por ellos fundadas en la región de Parras y la Laguna, para convertirlas en parroquias o curatos para que pasasen a ser administradas por los sacerdotes del clero diocesano dependiente de las autoridades eclesiásticas de Durango. A pesar de ello, los sacerdotes de la Compañía continuaron en Parras y conservaron su casa residencia y demás propiedades que poseían en la región. El primer párroco de Parras fue el bachiller Matheo de Barraza, quien para enero de 1641, ya estaba firmando las constancias de bautismos en Parras. Con la llegada de los sacerdotes diocesanos, se comenzó a gestar la construcción de la iglesia parroquial, que sería la sede del nuevo curato. Y por lógica, dicha iglesia contaría con un cementerio adjunto.
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Para los inicios de la segunda mitad del siglo XVII, la parroquia ya tenía un edificio en forma, ya que su primer párroco, don Matheo de Barraza, murió el 9 de diciembre de 1652 y fue sepultado en el presbiterio de dicha iglesia, del lado de la epístola, según el testimonio de algunos testigos de la época; así mismo constataron que, el 6 de marzo de 1653, falleció la nieta de Francisco de Urdiñola, María de Alcega y Urdiñola (hija de Isabel de Urdiñola y Lois y de Luis de Alcega Ibarguen; fue esposa de Luis de Valdéz, y madre de Francisca, esposa de Agustín de Echeverz y Subiza, primer Marques de San Miguel de Aguayo), que fue enterrada el día siguiente en el presbiterio de la iglesia parroquial, del lado del Evangelio, entre el altar mayor y la pared. Sin embargo algunos de los difuntos de Parras, se sepultaban aún en el interior de la iglesia del Colegio (San Ignacio), según sus deseos y la clase social la que perteneciesen.
Con el transcurso de los años de la segunda mitad del siglo XVII, la población de Parras poco a poco fue creciendo con la llegada de individuos de todas clases, raciales y sociales y la iglesia parroquial fue insuficiente para dar cabida a los feligreses de la región. La clase dominante eran los hijos de la mezcla entre los mismos naturales de la región; los mulatos surgidos de la relación interracial de los naturales con los esclavos de las haciendas de Urdiñola y Lorenzo García; algunos descendientes de los “tlaxcaltecas” del Saltillo, unidos así mismo con los naturales por el vínculo del matrimonio; había mexicanos, tarascos y gente de Sinaloa, amén de los españoles ultramarinos, criollos y mestizos de esa clase. Para el 12 de diciembre de 1680 y con motivo del inicio de la remodelación de la primitiva parroquia, el señor cura Marcos de Sepúlveda, realizó una procesión por la iglesia y hay constancia de que incluyo en su recorrido al área del “cementerio”. Este panteón estuvo situado al frente de la iglesia parroquial de Parras, en donde hoy se encuentra la llamada plaza del Reloj (Zaragoza), y poco a poco se fue extendiendo hacia el norte en los terrenos pertenecientes a la cuadra de enfrente. Por su antigua utilización, por muchos años dicho predio permaneció como un solar, sin edificación alguna; fue hasta finales del siglo XIX, cuando en dicho terreno se hicieron algunas edificaciones en su cabecera sur, frente a la plaza del reloj. Sin embargo gran parte de él, quedo baldío y en el transcurso del siglo XX se le dio la utilización de “parque”, con el nombre de Parque Infantil Niños Héroes, que era un solar abierto para practicar algún deporte. Lugar al que de tarde en tarde en nuestros años de casi jóvenes, frecuentábamos casi a diario para jugar futbol. En alguna ocasión se celebró allí la velada de coronación de la reina de la feria uva, en un mes de agosto. Posteriormente y en administraciones municipales recientes se construyeron en dicho lugar las oficinas del DIF municipal.
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Regresando al tema, diremos que el 2 de julio de 1722 se dio en Parras un feroz ataque de los indios bárbaros, que fue dirigido principalmente a individuos de clase española; en algunas crónicas se hablan de 100 muertos, pero nuestras investigaciones nos arrojaron un total de 17 muertos, de los cuales algunos de ellos fueron sepultados en la Parroquia y otros en San Ignacio. Los entierros se efectuaron el 5 de julio; los que se enterraron en la parroquia fueron: don Joseph Zapata, alcalde mayor, don Diego de Salas, Diego de la Fuente, Joseph de Salazar y Francisco Treviño, todos ellos españoles; además murieron Jorge Oleia, Pablo y Pedro Adriano, éste último bachiller y Juan Gómez, que eran indios del pueblo. En el Colegio de la Compañía de Jesús ser enterraron a los españoles; Pedro de Maya, Pedro González, Joseph Montoya Francisco Montoya, Joseph y Juan Ibarra y Antonio de Ibarra.
En esa primera mitad del siglo XVIII, en el interior de la iglesia del Colegio (en lo personal, llamo así a la iglesia de San Ignacio porque con ese nombre siempre la conocí en mis años de niñez), se sepultaba por lo general a personajes de renombre en la región, así fueran de origen indio o españoles. En el mes de noviembre de 1733, se sepultó en la capilla del santo jesuita Francisco Xavier (hoy en día dedicada a Santa María de Guadalupe), a la segunda marquesa de San Miguel de Aguayo, doña Ignacia Xaviera de Echeverz y Valdés; y allí junto a ella se enterró el 10 de abril de 1843, a su esposo, el señor Marqués don Joseph de Azlor y Virto de Vera. Todavía el 18 de mayo de 1799, se enterró en la misma capilla que los anteriores, de la iglesia del Colegio, a don Andrés de la Viesca y Torre, ultramarino español originario de los “reinos de Castilla, del obispado de Santander”; tronco de la muy numerosa y distinguida familia Viesca. Y en algún tiempo titular de la Junta de Temporalidades de la región.
Este cementerio de la Parroquia, tuvo una existencia prolongada; en el mes de febrero de 1787, se desató en la región una terrible epidemia, que era una enfermedad combinada de viruela con sarampión, que ocasionó innumerables muertes entre la población, por lo que el señor cura don José Dionisio Gutiérrez y por ser insuficiente el espacio de la parroquia para dar sepultura al gran número de muertos que se dieron, ordenó se abrieran los templos del Colegio y del Santuario de Santa María de Guadalupe, con el fin de tratar de encerrar la enfermedad en un solo lugar (varios en este caso) y evitar el mayor número de contagios con la población restante. Aún así los sitios destinados para ellos resultaron insuficientes ya que en muchas ocasiones los entierros se hacían sobre cadáveres fétidos de las personas recién enterradas.
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En 1798, se dio en Parras el caso de una nueva epidemia de viruela, sin llegar a compararse en magnitud de muertos con la anterior, para la cual y en principio de tomaron los mismos postulados para hacerle frente.
Dejemos aquí el tema de momento para trascribir el epitafio de la tumba más antigua que pudimos localizar en el año de 1989 en el panteón de San Antonio de Parras: “De setenta y dos murió, abril de treinta y siete./ Al sepulcro descendió./ Su hermano el cura preparó./Yo el monumento¡¡¡./Descansa inter sois llamada./A ser segunda vez juzgada./Tu hija política, en Jesús… de nombre Josefina.” (Abril de 1837). Esta señora fue doña Ana Gertrudis Borja, hermana del señor cura Silvestre Vicente Borja, quien estuvo en Parras desempeñando el puesto de párroco, desde el año de 1818 hasta su muerte en noviembre de 1845. Lamentablemente su lápida hoy en día ya fue destruida. Seguimos…
Parte II
“Su esposo René erige en su memoria esta muestra y ruega por su eterno descanso./ Voló al trono de Dios y ahí su asiento fijó./ Una madre tierna y cariños, una buena constante y fiel esposa./ De amor tesoro y de virtud portento y desde allá mi amargo sentimiento./ El llanto que derramo aquí en tu fosa, do´tu resto ya mortal ya reposa./ Libre del mundo y su dañado aliento, ve desde allá tus hijos que gimiendo, de su regazo buscan el abrigo y solo hallan el lloro entre caricias./ Ve desde allá tu esposo que gimiendo, tu recuerdo es no mas su fiel amigo./ Y tus hijos sus únicas delicias.”
(Así reza el epitafio que el señor René Lajous Casagne, gravó en la lápida del sepulcro de su esposa doña Guadalupe Marchand Rivera de Lajous, quien murió de parto en Parras el 2 de abril de 1859).
En el año de 1797, llegó a Parras como cura coadjutor y juez eclesiástico don Juan Isidro Campos, quien inmediatamente se dio cuenta del grave estado de abandono general en el que encontraba la iglesia Parroquial. Por doquier abundaban las carencias de todo tipo, el descuido y la falta de limpieza eran palpables a simple vista. Todo ello muy a pesar de que su inmediato antecesor y titular de la Parroquia, había sido el licenciado José Dionisio Gutiérrez, uno de los hombres más ricos del suroeste de Coahuila, en esa época; dueño entre otras propiedades de la Hacienda de los Hornos. Entre aquel sinnúmero de carencias, se incluía el deterioro de la barda que circundaba el cementerio de la Parroquia, que en varios tramos estaba caída, lo que permitía la entrada de animales que cometían todo tipo de destrozos en los sepulcros. |
A principios del siglo XIX, los lugares que había en Parras para enterrar a sus muertos, estaban más que saturados. Las situaciones que agravaban aquella falta de espacios mortuorios, eran las frecuentes epidemias que se desataban en la población. En esa época solo se contaba con el cementerio de la Parroquia, con cerca de 150 años de existencia, y se le auxiliaba con entierros que se realizaban en el interior de los templos (la misma Parroquia, San Ignacio y el Santuario). En el mes de junio de 1814, en plena época independentista, se desató en la región de Parras una terrible epidemia de influenza (gripe). Los principales afectados resultaron ser los niños y los ancianos. En los meses de ese año, antecedentes a junio, el promedio de muertos que había en Parras, eran de aproximadamente 17 individuos por mes; sin embargo en junio la cantidad de fallecidos se elevó a cerca de 55. Y en los meses siguientes el número se incrementó en una forma alarmante. Para julio se dieron 208 muertes, en agosto 327, en septiembre 261 y en octubre 121. En el mes de noviembre el número de muertos decreció considerablemente a 59 y en diciembre todavía hubo 36. Para enero de 1815, la situación se estabilizó con 21 muertos. En agosto de 1814, los días en que hubo más muertos fueron: el día 25 con 17, el 6 con 16; 21,23 y 31 con 15; y 7,9 y 22 con 14. El día 13 de este mes de agosto se comenzó el “Libro número 14 de entierros que se hacen en esta Santa Iglesia Parroquial y comienza en 13 de agosto del año expresado arriba (1814) y de la Epidemia General.” En dicha leyenda se hace clara alusión de la enfermedad existente. Este patético evento, vino a agravar la situación que existía en Parras, de carecer con los espacios suficientes para enterrar a tantos muertos.
Para el mes de junio de 1818, algunas personas empezaron a ser sepultadas en el llamado “Camposanto de esta Villa”, en octubre de ese año a dicho, lugar se le comenzó a llamar “Camposanto de Santa María de Parras”. No se tiene el lugar exacto en donde se situaba dicho cementerio, pero de acuerdo a la tradición y de los comentarios de la gente “antigua” de Parras, estuvo situado en la llamada plaza de “los tlaxcaltecas” y terrenos adyacentes, hacia el sur; lugar denominado posteriormente Plaza de la Constitución y hoy lo ocupa el Mercado 5 de Febrero. Se ubica entre las ahora calles de Reforma, Mina y Bravo. Muy cerca del Santuario de Guadalupe. En fechas posteriores este panteón fue conocido como “Del Catorce”, tal vez por el año en que fue abierto al público. Aunque no localizamos constancias de entierros en dicho lugar en ese año. Aún con este nuevo camposanto, algunas personas de “clase española” e indios principales del pueblo y sus descendientes se sepultaban en el panteón e interior de la Parroquia, en San Ignacio o en el Santuario de Guadalupe. Precisamente el 5 de julio de 1820, se dejo de anotar en las constancias de entierros la “clase racial” a la que pertenecían los muertos (indio, mestizo, español, coyote, mulato, etc.).
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Por no haber resultado del agrado de los pobladores de Parras el panteón recién abierto, “por estar muy en el centro” el 19 de noviembre de 1821, se volvió a enterrar, en forma generalizada en el cementerio y Parroquia de Parras. De marzo de 1824 a enero de 1825, se retornó a enterrar en el panteón de Santa María de Parras, pero ya con el nombre del Cementerio del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe. Y el 12 de enero de 1825, regresaron los entierros al panteón de la Parroquia. Claro que seguía habiendo algunos entierros “especiales” que se hacían en el interior de los templos ya mencionados.
A principios de junio de 1825, se presentaron algunas muertes por sarampión en la hacienda de San Lorenzo y se les sepultó en el panteón de la parroquia de Parras; hecho que aprovecharon algunos inconformes para de alguna manera forzar la apertura de un nuevo Camposanto, en el terreno que ya había sido designado por las autoridades municipales.
Sobre la apertura del panteón de San Antonio, el entonces señor cura de Parras don Silvestre Vicente Borja, nos dejó un valioso relato sobre los acontecimientos que se dieron por tal motivo. Su relato lo plasmó en el llamado “Libro de Cronologías de los señores curas”. Hoy contenido en el expediente número 747 del archivo María y Matheo de Parras. Veamos el relato del señor cura Borja:
“En el año de 1825, cuando fue presidente del Ayuntamiento don Ignacio Arzave, se dispuso comisión para que con el cura, designara el punto para camposanto (por estar en el centro el del año catorce y entre tanto se sepultaban los cadáveres en el cementerio de la Parroquia), como en efecto se designó y trazó. El día siguiente resolvió el Ayuntamiento que debía ser en la viña de San Antonio, que tenía tapia y se levantaría las paredes del sur y norte, derribadas de una fuerte avenida en el año anterior. Se observó el terreno haciendo excavaciones y resultó ser de piedra firme y solo tenía un girón al oriente medianamente útil para sepulturas. En esto al concluir a las once del día un entierro de un cadáver fétido de la hacienda de Abajo (San Lorenzo) y otros prevenidos de sarampión, asaltó una turba de gente mayor de los alguaciles con machetes, al mando del regidor don Roberto Ávila. Exhumaron el cadáver y tomando procesión de varios cadáveres los condujo y sepultó en dicha viña y por último amagando con fuerza armada, si no se bendecía el terreno, sin valer razones de ser facultades de la Mitra. Y en avío de mayores resultados, pasé yo el cura y bendije el terreno, dando de todo cuenta al obispado. De la viña de San Antonio, tomó el camposanto este nombre y con el uso por los sepulcros fueron acabando las cepas y el resto del terreno acabó por la falta de riego. Por parte alguna se repuso la finca al Ayuntamiento”.
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De acuerdo a muestras investigaciones en los registros parroquiales de Parras, la persona que murió en San Lorenzo en esa fecha fue la señora María Estéfana Ramos, dama de 36 años casada con José Ma. Núñez y se le sepultó el día 4 de junio de 1825 en el cementerio de la Parroquia. Ese mismo día se sepultaron en el mismo panteón a los párvulos Estanislao Muñoz, María Gregoria López y Maximiliano Espinoza. Por lo que creemos que dichas personas fueron las que exhumaron los manifestantes y con ellos en andas, hicieron aquella fetidísima procesión de la Parroquia a la viña de San Antonio, de acuerdo al relato del padre Borja. Por lo que se convirtieron en las primeras personas que fueron sepultadas en dicho camposanto.
Entre los días cinco y nueve de junio, se enterraron en dicho panteón, un total de nueve personas, al cual se le denominaba “Camposanto de Parras”. En el segundo registro de los entierros del día nueve, se sepultó a María Dionisia Xaques, adulta de 50 años casada que fue con Juan Ignacio Santibañez; y a partir de aquí es donde se empieza a llamar al sitio Camposanto de San Antonio de Parras. Cabe decir que el día 10 de junio se enterró en San Antonio a Carolina, párvula, hija de Juan Antonio Viesca y Montes y de María Trinidad Varela. Todos ellos se sepultaron en el 5° tramo del citado panteón.
El sitio elegido, era la llamada viña de San Antonio, un terreno cuadrangular de aproximadamente 80 metros por lado; con la entrada principal hacia el norte. Para su utilización fue dividido en seis tramos, los cuales fueron demarcados por líneas rectas imaginarias que corren de oriente a poniente. Para separar dichos tramos se colocaron en la pared del oriente unas pequeñas placas de piedra en donde se gravaron los señalamientos pertinentes. En la placa que está entre el segundo y tercer tramo se lee lo siguiente: “Segundo tramo, llega conde comienza el tercero. Rotura 10 pesos.” Entre la del tercero y cuarto se anotó: “Tercer tramo, toca con el cuarto. Rotura. 5 pesos”. La placa entre el cuarto y quinto tramo esta ilegible. Y entre el primero y segundo, y entre el quinto y sexto, no existen. Los tramos se ordenaron de sur a norte. Según avanzaban los tramos el precio de la rotura del terreno era menor. Siendo los más utilizados, cuarto quinto y sexto, por la suavidad del terreno. Veamos otro epitafio que logramos rescatar en el año de nuestro censo de 1989.
“Vendrá tiempo que todos los que están en los sepulcros oirán las voz del hijo de Dios y saldrán los que hicieron buenas obras a resucitar para la vida. San Juan VI-23,27. Duerme tranquila. Descansa… A la memoria de mi fiel y amorosa esposa. Raymundo Schmid”. Epitafio en la tumba de doña Carmen (de la) Fuente Cortinas. Señora que estuvo casada en primeras nupcias con el general Jesús González Herrera. Murió el 5 de febrero de 1887. El señor Schmid, era un inmigrante alemán, que llegó a Parras en diciembre de 1864 y se casó en Parras en febrero de 1867 con Carmen González Herrera, hermana de Jesús de los mismos apellidos; a la muerte de Jesús y Carmen González, Raymundo y Carmen (de la) Fuente, contrajeron matrimonio, el mismo año de la muerte del general González Herrera (1876). Schmid, fue el primer gerente general de la Cía. Industrial de Parras, en el año de 1899.<
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Parte III
“Hijo, estrella y flor/ luz aromada que (en) el paterno hogar se difundía/ dejándonos (d)el aroma embriagado(s)/ porque la muerte con su mano impía/ nuestro ser material tornó a la nada/ y a perpetuo sufrir nuestra alegría.”
(Epitafio en la tumba de Remigio Rojo Lobatón, hijo de Remigio Rojo Ibarra y de Delfina Lobatón. Murió de fiebre tifoidea en Parras el 13 de agosto de 1876, a los nueve años de edad. )
Con la apertura del camposanto de San Antonio en junio de 1825, se solucionó en Parras el problema de contar con espacios suficientes para enterrar a sus muertos. Con ello los panteones de la Parroquia y del Catorce o de Nuestra Señora de Guadalupe, dejaron de utilizarse y fueron desapareciendo poco a poco. En febrero de 1833, el señor cura de Parras don Silvestre Vicente Borja, a petición de las autoridades y de algunos particulares, solicitó autorización al obispo de Durango, don José Antonio López de Zubiría, para quitar el cementerio de la Parroquia por motivo de que ocupaba mucho espacio y que por su localización, estaba expuesto a la profanación y al robo por parte de algunos individuos de la localidad; para ello se reduciría el espacio que ocupaba el atrio, el cual se acondicionaría con gradas al frente para facilitar el acceso al templo. Además los restos que quedaran fuera del atrio serían exhumados y se llevarían a enterrar al nuevo panteón.
El obispo Zubiría contestó la petición el 18 de febrero de ese año y dijo: “Que se deje un atrio suficiente a discreción del señor cura de la Villa, y el terreno restante del cementerio, se ceda al ayuntamiento para los fines que estime convenientes. Todos los cadáveres deberán ser exhumados perfectamente, ya que el lugar dejaría de ser sagrado. Que los gastos corran por parte del ayuntamiento y por ningún motivo se utilizarán los de la iglesia.”
El desalojo del campo mortuorio de la Parroquia, fue bastante lento, quince años después, en febrero de 1848, el nuevo obispo de Durango, Narciso de Gandarilla, envió un comunicado al sucesor del padre Borja, Francisco de Aragón, en donde lo alentaba a seguir con la tarea de exhumación de los cadáveres, aduciendo que dichas tareas se podían realizar aún en días festivos (en los que por lo general no se trabajaba) y a los que colaborasen, se les concederían 40 días de indulgencias por cada cuarto de hora que trabajasen en ello, o bien para los que diesen limosna para llevar a cabo dicha tarea. Todavía en un hecho de sangre que se suscitó dentro de la iglesia Parroquial, el 18 de abril de 1851, día en que se celebraban los oficios del Viernes Santo, cuando fue herida de bala la señora Rosario Rumayor de De la Peña, esposa del administrador de la fábrica textil de Parras, don Francisco Bernardino De la Peña; en el acta de hechos, se menciona que: “…se procedió al desalojo de todos los presentes a los oficios, que se encontraban en la iglesia y en el cementerio…”; comentario que nos hace pensar que para esa fecha aún existía el panteón de la Parroquia.
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Sobre este lamentable acontecimiento, el señor cura Borja dejó una anotación en el libro parroquial de muertos, inmediatamente después de los registros del día 3 de septiembre de 1833 y dijo: “Nota: por cuanto la epidemia de cólera que se declaró en esta Villa en 1º de septiembre de este próximo pasado de 33 y duró hasta fin de octubre del mismo año y como atender al auxilio de enfermos y la confusión que ocasionó el mal general, no permitían hacer las exequias al tiempo de sepultarse los cadáveres, ni arreglar debidamente las partidas que provisionalmente sentaba en lo posible el señor escritor en la Parroquia; encargando a las partes, que terminada la tribulación, reclamaran las exequias y se arreglarían entonces las partidas; a efecto de hacer uno y otro se han hecho varias reclamaciones, tanto en particular como en el púlpito, al tiempo que el pueblo se reunía a misa mayor; y no pudiendo conseguirlo de muchos, aún terminado el año y principiando el actual de 34, y sentar con acierto las de limosna y pago arreglada a los entierros; y para no demorar más tiempo el asiento de dichas partidas, resuelvo yo el cura proceder a estamparlas en el libro correspondiente en el estilo acostumbrado, las que no presenten obstáculo de duda, y las demás con su nota al margen refiriéndose a la foja donde está… y con ella quedan a cubierta de responsabilidad… Y para constancia lo firmo en Parras a los siete días del mes de enero de 1834. Silvestre Vicente Borja.” A partir de esta nota se empezaron a registrar las constancias de los muertos que hubo a partir del 4 de septiembre de 1833. En el mes de octubre de ese año, la epidemia decreció notablemente y del 1 al 22 de ese mes se presentaron 52 fallecidos por el cólera. Del 23 al 31 de octubre solo hubo tres muertos pero por otras causas.
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Sin embargo el 23 de mayo de 1849, comenzó en Parras una nueva mortandad causada por otra epidemia del “Cólera Morbus”. Otra vez la epidemia también era parte de una pandemia que se inició en el continente Asiático. En México, la enfermedad encontró un campo muy propicio para propagarse, por las condiciones de higiene tan precarias en que se encontraba nuestro país, como consecuencia de la recién terminada guerra con los Estados Unidos. En este caso las autoridades municipales de Parras vieron la posibilidad de aislar en lo más posible la enfermedad, para lo cual buscarían otro sitio para habilitarlo como camposanto y no utilizar por este motivo el panteón de San Antonio. En el libro de registros parroquiales de muertos de esa fecha el cura párroco de Parras, don José Francisco Aragón anotó: “…habiendo comenzado la referida epidemia en esta poblazón, el día veinticuatro del presente mes y año (23 de mayo), se dispuso por la Junta de Sanidad y el Muy I. Ayuntamiento de esta villa, con la licencia necesaria del ilustrísimo señor diácono, la erección del nuevo camposanto que bendijo el párroco, arreglándose en todo lo que proviene el Ritual Romano a dicho camposanto, fue formado en finca que perteneció en otro tiempo a la Cofradía de Señor San José y que quedó a los extramuros de esta misma villa, con dirección al norte y a distancia de ¼ de legua. Y para constancia firmo esta razón. J. Francisco Aragón”
Los restos de José Juan Sebastián Hernández, fueron los primeros que se enterraron en el “Camposanto del Gloriosísimo y Patriarca Señor San José”, el 23 de mayo de 1849. En algunas constancias de entierro se menciona como “Camposanto Provisional de Señor San José”. En los primeros meses de 1849, el promedio mensual de muertos en Parras era de 15. En mayo se incrementó el número a 39 muertos; en junio el número se elevó alarmantemente a 389 muertos (73 niños y 316 adultos); en julio la cifra decreció a 38. Entre las personas notables de Parras que murieron de este mal y se le sepultó en San José, estuvo don Andrés de la Viesca y Montes, padre del general Andrés S. Viesca.
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El 16 de julio de ese año de 1849, al observar que la enfermedad había disminuido sus estragos entre la población el padre Aragón anotó en el libro de muertos: “Habiendo terminado en sus estragos la epidémica enfermedad del cólera, para cuyo solo tiempo se habilitó el camposanto nuevo de Señor San José de esta Villa; vuelve a hacerse uso del antiguo conocido con el nombre de San Antonio desde esta fecha. Y para constancia firmo esta acta hoy, 16 de julio de 1849. J. Francisco Aragón.”
En los años siguientes el panteón de San Antonio siguió “hospedando” a la mayoría de la gente que moría en Parras. Los primeros tramos del cementerio eran los preferidos de la clase “pudiente” de la localidad para depositar los restos de sus muertos; para ello hicieron de sus criptas, verdaderos y artísticos monumentos que hoy en día causan la admiración de los que llegan a visitar el panteón. Más que cavar para enterrar, construían. Depositando los restos de sus deudos en gavetas laterales en las criptas elevadas de muy buena calidad arquitectónica.
El panteón de San José volvió a ser utilizado a finales del siglo XIX y principios del XX. El primitivo panteón estaba ubicado hacia el sur del que hoy se utiliza y que ahora son tierras de labor. “Cuando eras de tus padres el consuelo/ cuando eras de tu cuna la alegría/ un porvenir feliz te sonreía/ a la gloria de Dios armaste el vuelo./ Los padres que te amaron con anhelo/ llorando están tu ausencia en noche y día/ y le ruegan fervientes a María/ que te tenga allá en el cielo./ Mitad del corazón, mitad del alma/ ora por los que te aman con ternura./ Alcánzales consuelo en su amargura/ hasta obtener la suspirada calma.”
Epitafio en la tumba de la niña Consuelo Suárez, que murió en Parras el 3 de junio de 1910.
Parte IV
“14 de febrero de 1866. En el camposanto de San Antonio, a los catorce días del mes de febrero de mil ochocientos sesenta y seis, yo el presbítero Leónides D. Alvarado, cura encargado de esta Villa, di sepultura eclesiástica en sexto tramo, cruz baja, a sesenta y ocho cadáveres que se recogieron del campo de la guerra que hubo el día doce; ignorándose la mayor parte de sus nombres y solo se pudieron averiguar los siguientes: don Manuel Pedroza, Manuel Villanueva, Rosalío Hernández, Antonio de la Cruz y Victoriano N., y para que conste lo firmé. Leónides D. Alvarado.”
Por la fecha de la anterior constancia, nos podemos dar cuenta de que, a pesar de que los camposantos debían haber pasado a ser administrados por las autoridades civiles, de acuerdo a la ley de Secularización de Cementerios del 19 de julio de 1859, emitido por el gobierno del Presidente Juárez, los sacerdotes seguían acudiendo a los campos mortuorios a bendecir el entierro de los individuos como el caso mencionado. Sin embargo en agosto de 1862, el gobernador de Durango, Francisco Gómez Palacio, envió un comunicado a las autoridades eclesiásticas de Durango, de las que dependía la Parroquia de Parras, en el que disponía la prohibición de celebrar ceremonias religiosas dentro de los cementerios, entre otras cosas dijo: “Los cementerios ni son templos, ni como ellos un recinto cerrado, en que sin riesgo de irreverencia y escándalo, puedan practicarse cuantas ceremonias religiosas prescriba la liturgia de alguna religión o sugiere la devoción privada… Por esto, no son ya sitios a propósito para que en ellos se practiquen ceremonias de religión”. En agosto de 1866, el jefe político de Parras urgía a los jueces civiles nombrados para que no dejasen las leyes como mera ilusión y se hiciesen cargo de la administración del cementerio de Parras, cuyas llaves habían sido entregadas al padre Fischer por el anterior subprefecto de Parras (Máximo Campos). Muy a pesar de lo dicho por la autoridad política, la práctica religiosa en los cementerios continuó hasta finales del siglo XIX, en el que las exequias se empezaron a realizar solo dentro de las iglesias, para después proceder a realizar el cortejo y conducir los cadáveres al cementerio, sin la intervención de los sacerdotes como hoy se estila. |
En la actualidad el panteón de San Antonio guarda un panorama de abandono. Su destrucción es paulatina, la mayoría de los sepulcros están sumamente deteriorados. Muchos de los descendientes de los que allí están sepultados, han desparecido y en otros casos, aquellos desconocen de la existencia de los restos de sus antepasados. El panteón hoy en día es poco visitado. La mayoría lo hace por curiosidad. A pesar de su antigüedad (cerca de 190 años), aún se celebra allí uno que otro funeral. A mediados del siglo pasado, la gente de buenas costumbres rehuía visitarlo, porque estaba en colindancia con el sector rojo de la ciudad; y lo que vino a extremar su abandono y el rechazo de la gente, fue el que en su interior se cometió un asesinato y un suicidio, en los que se vieron involucrados un parroquiano asistente a dicho sector y una de las damas que prestaba sus servicios en un antro del lugar. Aquel hecho provocó que algunas personas optaran por llevarse los restos de sus difuntos a otro panteón. Afortunadamente a principios de la década de los ochenta (1980) las autoridades en turno, decidieron cancelar aquel peligros foco de escándalo y de insalubridad.
Sin embargo la causa primordial de su destrucción se debe a la acción implacable del tiempo y a la nula intervención de las autoridades para darle el mantenimiento requerido; pero además lo es, la acción vandálica de algunos individuos profanadores de sepulcros, que van a buscar algún objeto de valor dentro de los ataúdes allí depositados; o bien solamente por causar alguna destrucción entre los sepulcros. Se han dado casos de que los ataúdes aparecen fuera de sus sepulcros y los cadáveres conservan una apariencia de momias, debido tal vez a la forma como fueron sepultados, al clima del lugar y al terreno del camposanto. A últimas fechas esta situación se ha tomado como una novedad alarmista en algunos medios de comunicación, sin embargo eso lo percibimos en nuestra investigación de 1989.
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Fue en ese año del ochenta y nueve, con motivo de la obtención de material para mi libro de Parras y La Laguna, me auxilie del muy apreciado matrimonio parrense, formado por el profesor Ramiro Peña Rodríguez y de su esposa Ma. del Rosario González Palacios, para levantar un censo de las tumbas que pudiesen ser identificadas. Objetivo que se logró y se lograron identificar un total de 203 tumbas, y quedaron en el anonimato otras tantas y más, debido a que carecían de identificación alguna o bien estaban destruidas o muy deterioradas. Hoy después de casi un cuarto de siglo de aquel censo, la destrucción continua, y se ha hecho más evidente, ante la indolencia de las autoridades de todos los niveles. Por lo que por la importancia del lugar sería recomendable que se hiciese algo para conservarlo y mostrarlo a las generaciones futuras por su carácter histórico o simplemente como un atractivo turístico más de ese Pueblo Mágico. Para terminar anotemos los nombres de algunas personalidades y gente notable de Parras de todos los tiempos, que allí fueron sepultados, desde la época de su apertura hasta nuestros días (en ocasiones anotamos la fecha de su muerte y en otras la fecha de la constancia de su entierro).
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.*.- 21 de Julio de 1828.- Dona Maria Montes (Maria Josefa Gonzalez de Montes). Esposa en primeras nupcias de don Andres de La Viesca y Torre; en segundas, de don Juan Francisco Tagle y Bustamante. Dona Maria fue madre de la generacion Viesca y Montes. *.- 23 de septiembre de 1833. Francisco Antonio Gutiérrez. Esposo de doña Manuela Viesca y Montes. Murió del Cólera. Su hijo Francisco Gutiérrez Viesca, murió ese mismo día. *.- 13 de abril de 1838. Antonia Navarro de Campos. Esposa de don Vicente Campos. Madre de Máximo Campos Navarro. *.- 8 de febrero de 1843. Vicente Campos. Esposo de la anterior. Mayordomo de la fábrica textil. Padre de Máximo Campos Navarro. *.- 24 de noviembre de 1845. Agustín Viesca y Montes. Esposo de doña Josefa Peña y Múzquiz. Fue Alcalde Primero de Parras en 1821. Secretario de Relaciones Exteriores en el gobierno de don Vicente Guerrero (1829-1830). Fue gobernador Constitucional de Coahuila, del 15 de abril al 5 de junio de 1835. En varias ocasiones fue diputado por el departamento de Parras al Congreso del Estado. *.- 20 de noviembre de 1845. Silvestre Vicente Borja. Cura propietario y juez eclesiástico de la Parroquia de Parras de 1818 a 1845. *.- 29 de marzo de 1848. Guadalupe Viesca y Montes Vda. De Malo. Casada en primeras nupcias con don Miguel Lavayen. Esposa en segundas nupcias con Feliz Malo y Mendizábal, Administrador de la Hacienda del Marqués de Aguayo en Parras; viudo de doña Ana María Valdivielso Vidal y Lorca, hija del cuarto Marqués de San Miguel de Aguayo, don Pedro Ignacio Echéverz Espinal Valdivielso y Azlor. *.- 10 de abril de 1848. Ma. De Jesús Lavayen Viesca. Esposa de José María Viesca y Montes. *.- 15 de septiembre de 1856. José María Viesca y Montes. Casado con doña María de Jesús Lavayen Viesca (su sobrina). Fue el primer Gobernador Constitucional del Estado de Coahuila, del 1 al 17 de agosto de 1827. Y repitió en el cargo del 14 de septiembre de 1827 al 1 de octubre de 1830; y del 5 de enero al 4 de abril de 1831. *.- 21 de febrero de 1865. Leonardo Zuloaga Olivares. Esposo de doña Luisa Ibarra Goribar. Fundador del rancho del Torreón. Sus restos fueron exhumados el 20 de agosto de 2003 y depositados en el Museo del Torreón de Torreón, Coah., el 23 de septiembre de 2003. *.- 3 de julio de 1870. Doña Rafaela Hernández Lombraño, de 38 años. Esposa de don Evaristo Madero Elizondo. Murió el día 2 y se le sepulto el día 3 a las seis de la mañana. Sus restos descansan hoy en la cripta familiar de los Madero en el panteón de los Cipreses. *.- 8 de junio de 1875. José Gerónimo Treviño Barragán. Hijo del general Gerónimo Treviño Leal y de doña Elena Barragán. El general Treviño fue de los principales jefes republicanos del norte de México, en tiempo de la intervención francesa y del Segundo Imperio; junto con Escobedo, Naranjo y Viesca. *.- 20 de junio de 1875. Elena Barragán de Treviño. Esposa del general Gerónimo Treviño Leal. *.- 4 de enero de 1876. Francisco Bernardino de la Peña. Casado con Ma. Rosario Rumayor. Administrador de la fábrica textil, que en 1853 empezó a darle la fisonomía que hoy gurda dicha factoría. *.- 25 de enero de 1876. Juan Chapman. Militar lugarteniente del general Jesús González Herrera, con el que murió en el llamado paso del Huacal, cerca de la Concha, municipio, de Torreón. *.- 22 de octubre de 1886. Luisa Ibarra Goribar de Zualoga. Esposa de don Leonardo Zuloaga Olivares. Parte de sus restos fueron exhumados el 20 de agosto de 2003 y depositados en el Museo del Torreón en Torreón, Coah. *.- 2 de abril de 1859. DONA MARIA GUADALUPE MARCHAND DE LAJOUS."No. 1181". "En el Campo de San Antonio de Parras, a los "cinco" dias de Abril de mil ochocientos cincuenta y nueva, yo el Presbitero Juan Bautista Bobadilla, di sepultura Eclesiastica en Primer Tramo, al cadaver adulto de Doña Maria Guadalupe Marchand de Lajous, vecina de esta villa; no se confeso por haber muerto de parto y para constancia, lo firmo yo el cura. Juan B. Bobadilla." *.-14 de julio de 1890.DON RENE LAJOUS. "En el Antiguo Campo Mortuorio de San Antonio a los catorde dias del mes de julio, año del señor de mil ochocientos noventa,yo el parroco, sepulte con exequias y entierro mayor, tumba y solemne misa de requiem que se verificara el dia de mañana, al cadaver adulto del señor don Rene Lajous de setenta y dos año, viudo que era de la señora doña Guadalupe Marchand de Lajous, que dejo cuatro hijos; era catolico, se preparaba ya la confesion, pero un inesperado acceso de tos "flematica" obstruyo la respiracion, luego violento el lance y con espiritus <...> lo absolvi "sub conditione", le aplique el Santo Oleo y le di la Indulgencia Benedictina, y firme para constancias. Feliciano Cordero" *.- 26 de febrero de 1894. Don Teodoro Cayuso Martínez. Músico, soltero de 75 años *.- 19 de marzo de 1898. Lic. Esteban L. Portillo. Historiador zacatecano, autor de las obras: Apuntes para la Historia de Coahuila y Texas; Catecismo Geográfico, Político e Histórico del Estado de Coahuila y del Anuario Coahuilense para 1886. Casado con Elvira Zertuche. *.- 30 de enero de 1901. Filomena Peña Rumayor Vda., de Campos. Esposa del coronel imperialista Máximo Campos Navarro. *.- Abril de 1911. Evaristo Madero Elizondo. El 10 de abril de 1911, Manuel Madero Farías, compareció ante las Autoridades de Parras para dar aviso de la muerte de su padre Evaristo Madero Elizondo, el 6 de abril del mismo año en Monterrey, N.L., y de su inhumación en el panteón de San Antonio de Parras de la Fuente, Coah. En ese tiempo apenas se había terminado de construir la cripta familiar en donde hoy descansan sus restos en el panteón de los Cipreses. *.- 14 de febrero de 1929. R.P. David Maduro, S.J. Sacerdote acusado de haber dado muerte al teniente coronel Fernando Villarreal. Sus restos fueron exhumados el 14 de febrero de 1938 y depositados en la cripta familiar de la familia Madero en el panteón de los Cipreses. *.- 13 de marzo de 1970. Nicolás Milonás Xinogalas. Originario de “Vitalo Kimi Grecia”. Sucesor de don Nicolás Nicollieli en la administración de las Bodegas del Vesubio. *.- 25 de junio de 1970. Tomas Algaba Gómez. Esposo de doña Consuelo Martínez Sosa. Alcalde interino de Parras en 1936. Alcalde de Saltillo en 1941. Presidente municipal de Parras en 1958-1960. *.- 1 de diciembre de 1983. Francisco Agüero Ayala y su esposa doña Teresa Monterde (15 de septiembre de 1976). Agricultor y ganadero.
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Fuentes
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Libros parroquiales de Parras de Defunciones. Fechas señaladas.-FUE
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Agustín Churruca P. S.J. Historia Antigua de Parras.1989.-FUE
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Contreras Palacios Gildardo. Parras y La Laguna. 1990./ Mas de cien Breves documentos del Archivo María y Matheo de Parras. 1997./ Parras 400. Noticias de su fundación y otras cuestiones Históricas. 2000. / Matamoros de la Laguna. Notas sobre su Origen y Fundación. 2004.-FUE
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Contreras Palacios Gildardo. “El Antiguo Panteón de San Antonio de Parras.” Parras y La Laguna. 1990.-FUE
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